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¿La música nos hace más felices?

Escrito por Jordi Àngel Jauset el 20/02/2018 a las 19:40:55
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(Profesor e investigador. Gestión de la calidad e innovación docente)

Nos despertamos por la mañana con una agradable melodía que suena de nuestro teléfono móvil y, sin pensarlo dos veces, vamos directos a la ducha, no antes sin conectar, por bluetooth, la música de nuestro móvil en un novedoso aplique de leds (cosas de la tecnología). Desayunamos, mientras escuchamos música o las últimas noticias del día (depende si queremos estar de mejor o peor humor) y, una vez en el coche conectamos de nuevo el equipo de audio para continuar deleitándonos con música mientras nos dirigimos al trabajo. ¿Alguien se siente identificado?

 

La música forma parte de nuestras vidas, no cabe duda alguna, y nos influye de una manera muy especial. Los científicos explican que la música activa nuestro sistema de recompensa cerebral modificando los niveles de determinados neurotransmisores -esas moléculas químicas que facilitan la transmisión de los potenciales de acción de una neurona a otra, a través de los espacios sinápticos- que tienen una relación directa con nuestro estado de ánimo.

 

A través de complejos estudios con tomografía de emisión de positrones (PET), se ha comprobado que la música que nos place, en ese preciso instante en el que nos inundan los escalofríos, aumentan los niveles de “dopamina”, en una pequeña parte de nuestro cerebro (núcleo accumbens) aproximadamente un 6%.  A consecuencia, experimentamos esa sensación de placer, de éxtasis. Ese diminuto núcleo forma parte del sistema que gestiona nuestras emociones (sistema límbico) y se “ilumina” o activa cuando comemos un bombón de chocolate (si nos gusta, claro), durante una relación sexual deseada, cuando observamos una puesta de sol, cuando apostamos y ganamos en el casino, o ante la ingesta de drogas, como la cocaína. El cerebro no distingue cuál es el estímulo. Simplemente, si el resultado es placentero, hay un exceso de dopamina y se activa nuestro “centro de placer”.

 

La respuesta que ofrecemos a la música, como seres individuales, no es totalmente automática ni predecible -sino actuaríamos meramente como robots- y depende de muchas variables “personales”. A efectos estadísticos, pueden deducirse respuestas emocionales ante ciertos patrones rítmicos, melódicos, pero a nivel individual, la respuesta depende, en mayor grado de nuestros recuerdos, vivencias, experiencias, nivel de formación, entorno en el que vivimos,…Todo ello ha ido conformando nuestros gustos personales, es decir, nos ha dotado de determinados “filtros” a través de los cuales percibimos e interpretamos lo que ocurre a nuestro alrededor. Recordemos que nuestro cerebro cambia segundo a segundo pues así lo hacen los estímulos que nos rodean. Por ello, la misma obra musical no produce el “mismo” efecto en distintas personas o, incluso, en la misma persona en momentos distintos. En estos casos, aun cuando los parámetros musicales son los mismos, pueden no serlo nuestras variables “personales” y, por ello, la percepción final puede ser distinta.

 

Una de las grandes fortalezas de la música es la capacidad de evocar emociones, afectando especialmente al estado de ánimo y a los actos conductuales que puedan derivarse. De ahí, la investigación ha proporcionado aplicaciones terapéuticas (para mejorar la calidad de vida), educativas (estimulación de funciones cognitivas) y/o empresariales (incrementar la productividad). Cuando escuchamos música que nos place, nos sentimos bien y ese estado cerebral, esos cambios bioquímicos que se suceden, actúan favorablemente gestionando nuestros recursos de una forma más eficaz.

 

Conociendo la influencia que la música ejerce en nosotros, podemos utilizarla en beneficio propio aumentando nuestra vitalidad en momentos bajos, nuestro rendimiento (durante la práctica de ejercicio físico), para tranquilizarnos y reducir la ansiedad y el estrés, o simplemente como placer cognitivo disfrutando de esos maravillosos momentos…

 

¿La música nos hace felices?  La música puede aportarnos momentos de felicidad, no cabe duda, pero no es la música en sí sino nuestra respuesta a ella, la cual está “ponderada” por las variables “personales” citadas anteriormente. Recordemos que la música es un instrumento y como tal, también puede perjudicarnos. Si no fuera así no se utilizaría cómo medio de tortura, según consta en los documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), tal como manifestaron a los medios de comunicación algunos excarcelados de la prisión de Guantánamo, hace ya algunos años.

 

Y es que…el ser humano, con 30 billones de células, 86.000 millones de neuronas en el cerebro y billones de posibles conexiones entre ellas, es muy complejo. Según expertos científicos, aún quedan unos cuantos cientos de años para comprender en su totalidad el funcionamiento de nuestro “órgano rey”.

 

Nietzsche decía que “la vida sin música sería un error”…y yo añadiría que “si la música no existiera, el ser humano acabaría inventándola”, pues ¿os podéis imaginar la vida sin música?

 

Jordi A. Jauset, Ph. D.

Ingeniero de Telecomunicación

Master en Psicobiología y neurociencia cognitiva