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Del buen vivir en tiempos acelerados

Escrito por Antoni Brey el 11/12/2018 a las 20:03:56
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(Enginyer de Telecomunicació)

La nueva edición de la feria Smart City Expo, un evento anual que celebra este año su séptima edición, nos ha permitido observar la evolución de un sector de actividad que empezó su andadura aproximadamente diez años atrás. Desde la fase conceptual hasta la consolidación de un nuevo mercado. Del mundo de las ideas hasta la conformación una nueva cadena de valor en la que muchos actores preexistentes han encontrado encaje pero en la que también ha quedado espacio para que surjan nuevas empresas. De la burbuja a la meseta de productividad del ciclo de “Hype”.

 

Ha sido un proceso interesante, pero no nuevo, pues se repite periódicamente en este mundo tecnificado en el que nos ha tocado vivir. Es la dinámica habitual para digerir las innovaciones que la evolución tecnológica no cesa de producir. Visto este caso, y muchos otros, es razonable afirmar que el ciclo de maduración económica de una tecnología tiene un período del orden de 15 años, un hecho que presenta una correlación interesante con otros datos del tipo “la vida media de las empresas se ha acortado de los 61 a los 17 años” (dos minutos de navegación por Internet).

 

Probablemente dicho período no se va a reducir de forma significativa en un futuro cercano. El límite inferior no deriva de las limitaciones tecnológicas, sino a la existencia del factor humano: es necesario que, ante la novedad, las personas aprendamos, nos organicemos y creemos las redes de confianza y los circuitos operativos de la nueva actividad. En otras palabras, no somos capaces de digerir la innovación a más velocidad.

 

Una derivada de lo anterior es que, en la práctica, vivimos en una situación de permanente digestión. Una situación incómoda. Siempre a punto de perder el tren. Siempre intentando anticipar lo que va a venir. Siempre amenazados por la obsolescencia profesional. La constatación de esta incomodidad tampoco es nada nuevo, Richard Sennett ya escribió sobre ella y sobre sus efectos en “La corrosión del carácter”, allá por 1998.

 

Y mientras los ciclos tecnológicos y económicos se estabilizan en torno a los quince años parece que nosotros vamos a vivir cada vez. ¿Cómo hacer compatible el avance tecnológico y sus ciclos con el ciclo vital? ¿no deberían nuestros inventos, en última instancia, servir para vivir mejor y no más angustiados? La tecnología no es hoy únicamente una herramienta sino que ocupa una posición central en la sociedad y da forma a nuestra manera de vivir. Que sea para un “buen vivir” constituye uno de los retos que, sin duda, tenemos sobre la mesa.