Francesc Salvà i Campillo, precursor de la ingeniería de TelecomunicaciónEscrito por Antonio Elías y Jordi Romeu el 08/02/2018 a las 13:56:114206
(Professores e investigadores de la UPC) Los colectivos requieren, y por tanto crean, un imaginario colectivo o conjunto de símbolos, conceptos, costumbres, mitos y leyendas que tienen un significado específico y común, que refuerza el sentido de pertenencia para todas las personas que forman parte de una determinada comunidad.
Por eso, cuando en 1995 junto con Carlos Martín, Pedro Vicente y José Mompín, esbozamos la primera “Nit de les Telecomunicacions”, vimos la necesidad de crear unos premios para los profesionales del sector, y especialmente para la ingeniería de Telecomunicación, que llevaran el nombre de un personaje histórico y significativo para la profesión, que nos ayudara a distinguirnos, en origen, de las otras ingenierías. Este personaje lo habíamos encontrado en 1992 cuando montamos para la Exposición Universal de Sevilla 92 una muestra de las tecnologías de la información y las comunicaciones catalanas, el personaje era el Dr. Francesc Salvà i Campillo.
Los rasgos más importantes que, a nuestro entender, hacen de Francesc Salvà i Campillo merecedor de formar parte del imaginario colectivo de la ingeniería de telecomunicación de Catalunya, se apuntan a continuación:
Francisco Salvà Campillo nació el 12 de julio de 1751, en Barcelona en una familia burguesa vinculada con la medicina, y dado su interés en esa profesión, comenzó a estudiarla en la Universidad de Valencia, continuó sus estudios en la Universidad de Huesca y finalmente realizó su doctorado en la Universidad de Toulouse.
Su principal contribución en el campo de la medicina fue su investigación sobre la vacunación, que en 1790 le valió un premio de la Sociedad de Medicina de París. En 1801 se convirtió en copropietario, junto a Vicente Mitjavila, de la Cátedra de Medicina Práctica, creada especialmente para Barcelona bajo los auspicios de la Academia de Medicina.
Salvà i Campillo fue una figura destacada en la Ilustración, y su presencia fue una constante en los eventos científicos y técnicos de la época. Se cree que estuvo involucrado en el primer vuelo de un globo aerostático realizado en Barcelona, y en 1784 colaboró con Méchain en la determinación de la longitud del meridiano de Dunkerque-París-Barcelona, que fue utilizado más tarde para la definición del metro como unidad de longitud.
Una mente inquieta como la de Salvà no podía ignorar los fenómenos de la electricidad y el galvanismo, por aquel entonces inexplicables y causantes de un acalorado debate entre las élites intelectuales de todo el mundo. Este interés lo llevó primero a familiarizarse con las diversas teorías del momento, y posteriormente a llevar a cabo experimentos y formular propuestas, completamente innovadoras, cuando se estaban desplegando los primeros telégrafos ópticos, para la aplicación de la electricidad a la telegrafía.
Las contribuciones de Salvà en este campo se publicaron en las memorias que presentó periódicamente en la Academia de Ciencias de Barcelona. Estos documentos se guardan en la biblioteca de la Academia.
El 16 de diciembre de 1795 Salva presentó el documento: "Electricidad aplicada a la telegrafía". En él propone un telégrafo eléctrico como alternativa a los ópticos. Trabajando desde la base de un experimento realizado por Watson y Bewis en el que un frasco de Leyden se descargaba a través de un par de conductores, propuso:
“Si desde esta ciudad a la de Mataró corriese un alambre, y otro desde Mataró a Barcelona, y hubiese allá un hombre que con sus manos agarrase los cabos de los alambres, con una botella de Leyden podría dársele conmoción y avisarle así sobre un asunto convenido, como por ejemplo la muerte de algún sujeto; pero es necesario que se pueda comunicar cualquier noticia, que la electricidad pueda hablar, si se quiere aplicar ésta a la telegrafía, lo que no es difícil”.
Salvà aventuró la posibilidad de colocar 22 hilos conductores y asignar a cada uno una letra, para transmitir cualquier tipo de mensaje. Él enfatiza en las dificultades de cargar las botellas de Leyden en días extremadamente húmedos y, por tanto, las limitaciones resultantes en el uso de su telégrafo, aunque señala que este sería un problema menor frente al que representava la niebla que invalidava completamente el uso del telégrafo óptico. Salva concluye su trabajo con una descripción de un telégrafo que él mismo construyó.
Salvà también intuyó que la telegrafía eléctrica permitiría enviar señales a través de los mares, cosa imposible para los telégrafos ópticos:
"En ninguna parte pueden establecerse mejor los telégrafos eléctricos. No es imposible construir o vestir las cuerdas de los 22 alambres de modo que queden impenetrables a la humedad del agua. Dejándolas bien hundir en la mar, tienen ya construido su lecho, y sería una casualidad bien rara que alguno llegase a encontrarlas y descomponerlas; en consecuencia, conduciendo los cabos hasta los parajes o casas donde se establezcan las máquinas eléctricas y sus respectivos instrumentos, podrán comunicarse todas las noticias del mismo modo, y con mayor prontitud que se hace por tierra con los repetidos telégrafos”.
Los ingleses Watson, Bevis y otros habían conseguido, con éxito, en 1747 introducir el Támesis en la cadena por la que debía pasar la descarga de la botella de Leyden [1].
Más adelante, apoyándose en fenómenos naturales como las tormentas, llega a suponer que quizás no se necesite cuerda alguna para hacer pasar un aviso sobre cosa acordada:
"Los físicos eléctricos podrán disponer en Mallorca una superficie o cuadro grande cargado de electricidad, y otro en Alicante privado de ella, con un alambre que desde la orilla del mar llegue cerca de la tal superficie. Otro alambre que desde la orilla de la mar de Mallorca se extienda y haga tocar el cuadro que se supone allí cargado de electricidad, podría completar la comunicación entre las dos superficies, y corriendo el fluido eléctrico por la mar, que es un conductor excelente, desde la superficie positiva a la negativa, dará con su estallido el aviso que requiere."
El anterior parágrafo se cita como la primera propuesta de telegrafía inalámbrica [1] y [3], y aunque dicha propuesta carece de los conceptos de propagación de ondas y solo se contempla como telegrafía por hilos. La idea de usar la conductividad del agua en lugar de los cables fue demostrada en diciembre de 1842 por Samuel Morse al conseguir transmitir, con su sistema de telegrafía, mensajes entre Governor's Island y Castle Garden (New York) [4]. Aunque el sistema no resulta factible para largas distancias, es el mismo que el patentado por Amos Dolbear en 1885 [5].
Parece ser que Salvà mostró a los miembros de la Academia su telégrafo. Éste se componía de 17 pares de alambres cubiertos con cinta de papel común untado en pez, formando dos cables o cuerdas compuesto cada uno de 17 alambres, pasando los extremos de éstos a terminar en rendijas abiertas en cuatro tablas colocadas de tal modo que los extremos de los conductores de los dos manojos se correspondían y estaban frente a frente, teniendo cada uno de dichos extremos un botoncito para la chispa. Para mayor precaución, el inventor había armado con pequeñas cintas de estaño unos vidrios largos cuyas puntas se correspondían, viéndose así perfectamente las descargas. Cada par de cintas tenía el nombre de una letra, y bastaba hacer pasar a voluntad el fluido por ellas: las otras extremidades de los alambres se correspondían del mismo modo, pero sin cintas [2].
En los años siguientes, Salvà realizó experimentos sobre galvanismo, un fenotipo que en ese momento se consideraba diferente a la electricidad. En 1808 presentó una memoria "Memoria sobre la aplicación del galvanismo a la telegrafía".
En 1807, Salvà presentó su "Segundo informe sobre galvanismo aplicado a la telegrafía". Esta memoria describe las experiencias realizadas con un telégrafo galvánico en el que una pila de Volta substituía a las botellas de Leyden en el transmisor. Más adelante, Salvà describe un método para la construcción de un cable submarino con "varios conductores aislados con papel".
Por estos hechos, el Deutsches Museum von Meisterwerken der Naturwissenschaft und Technik (Museo Alemán de las Obras Maestras de la Ciencia y la Tecnología) de Munich le considera como el constructor e inventor del primer cable de telecomunicación.
En 1901, el trabajo de Salvà volvió a ser citado en las controversias para la patente de la radiotelegrafía entre Dolbear y Marconi [6].
Las propuestas para usar la "electricidad" en la telegrafía inalámbrica empiezan a finales del siglo XVIII. La primera propuesta conocida por los autores puede atribuirse a Francisco Salvà i Campillo en su presentación en la Academia de Ciencias de Barcelona el 16 de diciembre de 1795. La intuición conceptual de usar la electricidad para enviar mensajes, la construcción de un telégrafo eléctrico y del primer cable de telecomunicación en 1795, así como el uso de la pila de Volta como alternativa a los generadores de electricidad estática para el telégrafo eléctrico, hacen del Doctor D. Francesc Salvà i Campillo, un precursor de la Ingeniería de Telecomunicación y un excelente referente para el colectivo catalán de esta ingeniería, circunstancia que se refleja en la denominación del galardón que todos los años se entrega a los profesionales de esta ingeniería en la Nit de les Telecomunicacións i la Informàtica.
Referencias [1] Faie J.J A. History of wireless telegraphy 1838-1899. William Blackwood and Sons. Edinburgh and London, 1899. [2] J. Sanchez Miñana. Vida y Obra del Doctor Salvá. Apuntes para la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT). [3] Hawks. E Pioneers of wireless Methuen & Co. Wi. London 1927 [4] Story. A.T The story of wireless telegraphy George Newnes, Ltd. London [5] Dolbear, A.E. Mode of electric communications US Patent 350,299 Official Gazette US Patent Office, Vb. 37, pp.55, Oct. 5th. 1886. [6] Collins. F; The Marconi-Dolbear Infringement suit Electricity World and Engineer Vol.37. no. 15, April 13th 1901, pp.598-599. |