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¿Están los alumnos mejor preparados para la universidad hoy?

Escrito por Ariadna Llorens el 21/01/2020 a las 11:23:46
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(Profesora UPC)

Es una pregunta que se repite comúnmente en las aulas universitarias de todo el Estado y de gran parte de Europa.

 

Se hace evidente que hay una creciente preocupación por los niveles de abandono y de bajo compromiso que las estadísticas nos revelan del rendimiento académico de los alumnos universitarios, especialmente en las titulaciones científico-técnicas.

 

También parece existir un amplio consenso entre el profesorado universitario en poner en entredicho las sistemáticas implementaciones de las cambiantes Leyes de Educación que podrían haber ido mermando las calificaciones y resultados de los recién llegados a la educación universitaria.

 

Pero esta cuestión se suscribe en lo que pasa “antes” de llegar a la educación superior, y querría orientar esta reflexión, a lo que pasa “después”. Por lo que veo apropiado rediseñar la pregunta planteada en el artículo, por la siguiente: ¿está la universidad mejor preparada para los alumnos de hoy?

 

Tenemos una generación en nuestro día a día docente que tiene a su alcance todo tipo de conocimientos a un clic de sus móviles y portátiles. Chicos y chicas que han crecido con una alta tendencia hacia lo audiovisual y los impactos mediáticos permanentes. Parece plausible suponer que atender por más de 10 minutos a una clase clásica, les parezca insoportable. Así pues, la siempre eficaz búsqueda de la motivación de los estudiantes, se hace en el actual contorno de trabajo docente, especialmente relevante para conseguir los objetivos del aprendizaje.

 

La buena docencia o docencia de calidad, aquella que tiene un retorno positivo y estimula el aprendizaje profundo del alumnado (Trigwell, Prosser y Waterhouse, 1999) tiene dos elementos clave; la definición del currículo y el correcto establecimiento de los procesos de enseñanza-aprendizaje. El primero es determinado por los planes de estudio, y a mi modo de ver, es relativamente fácil de fiscalizar. Hay que poner en valor los sistemas de calidad, internos, pero también externamente evaluados por las agencias de calidad, que han incorporado los sistemas universitarios avanzados.

 

Mientras el segundo elemento, relativo a cómo enseñamos, se gesta demasiado individualmente y a veces en la total soledad pedagógica. Los programas de desarrollo docente del profesorado, habitualmente liderados por los respectivos Institutos de Ciencias de la Educación (ICE) asociados a cada Universidad, son sin duda, componentes esenciales y catalizadores en la consecución de la buena docencia.

 

Porqué solo desde un aprendizaje activo y cooperativo, una interacción profesor estudiante honesta, valiosa y motivante, y unos recursos educativos idóneos podremos llegar a una buena docencia y, por tanto, será factible asociarla a un buen aprendizaje. Y estas dimensiones se generan y ejercen de forma autónoma en el aula, basadas en el comportamiento del docente, que, de forma responsable y continuada, se adapta a la realidad del nuevo alumnado, mientras se enfrenta al reto constante en redefinir sus formas de enseñar. Flexibilidad, adaptación y cercanía, adjetivos especialmente complejos con plantillas de elevada edad promedio. Y qué difícil se hace dedicar el tiempo y la motivación necesarios a dichas dimensiones, cuando parecen objeto de olvido y desdén para muchos.

 

Hay que recodar, por más evidente que sea, que la Universidad tiene ante sí un compromiso social e institucional, un claro objetivo de participación en la mejora social colectiva y una repercusión directa en el desarrollo económico de la sociedad a la que se dirige. Y si dicha Universidad es tecnológica y tiene otorgadas competencias profesionales, también la obliga a tener una sólida contribución en el éxito profesional futuro de sus egresados, y evidentemente, en el sector empresarial al que dirige sus titulados.

 

Así pues, no podemos ni debemos permitirnos responder negativamente a ninguna de las dos preguntas planteadas, conseguirlo ha de llevar implícitos los presupuestos, la inversión, el tiempo, las políticas generales y los programas educativos necesarios para ello. Poniendo el foco en la docencia, en la buena docencia, y valorando suficientemente la profesionalidad docente, junto a la investigadora y la de transferencia.

 

Ariadna Llorens

Directora ICE UPC

Enero 2020