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Una herramienta más poderosa que la IA: el criterio

Escrito por Carmen Boronat el 09/12/2025 a las 12:50:23
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(CEO de la consultora de diseño y tecnología Cloud District)

Los avances tecnológicos tienden a despertar en nosotros dos emociones paralelas: por un lado nos ilusionan y por otro nos generan ansiedad.

Como CEO de una consultora de diseño y tecnología, sé por experiencia propia y a través de nuestros clientes que pensamientos como “no podemos quedarnos atrás”, “tenemos que movernos rápido” y “los demás ya están usando esta herramienta” están a la orden del día.

Pero si taparse los ojos ante la innovación no es buena idea, adoptar modas “porque es lo que toca” puede ser un movimiento aún más dañino para las organizaciones.

Incorporar lo último en IA nos puede llevar a encarecer procesos, frustrar a los equipos o generar una deuda técnica que comprometa nuestra capacidad de evolución. Tomar decisiones tecnológicas impulsivamente, sin tener en cuenta aspectos como las políticas internas, los marcos regulatorios (el EU AI Act es un ejemplo), la seguridad o la percepción pública nos expone a resultados que se alejan totalmente de los que estábamos esperando.

Pero junto a estos dos escenarios (no avanzar y avanzar ciegamente), se presenta un tercero: el de avanzar con criterio.

 

Decidir primero, construir después

La adopción de nuevas tecnologías no aporta valor por sí misma. Para que la tecnología tenga un impacto real tiene que ser un medio escogido con sentido para alcanzar un fin bien definido.

 

Por eso, antes de integrar una nueva herramienta, tenemos que hacernos una serie de preguntas clave:

 

· ¿Qué estamos intentando mejorar?

· ¿Estaríamos resolviendo un problema real de nuestros usuarios o clientes?

· ¿Qué restricciones de coste, tiempo, seguridad o percepción pública tenemos?

· ¿Qué alternativas existen, incluida la de no hacer nada?

Cuando esas preguntas se ponen sobre la mesa desde el principio, el foco cambia, porque pasamos del “qué vamos a usar” al “qué queremos conseguir”.

 

Evolucionar con sentido

El siguiente paso es estructurar la evolución en fases claras: una demo descartable para validar la hipótesis, un piloto con límites y mínimos de calidad, una versión “productizable” con observabilidad y criterios de escalabilidad, y solo entonces un producto en producción con objetivos de nivel de servicios (SLO) y runbooks definidos.

Una vez hecho todo esto, tenemos que medir lo que de verdad cuenta: el valor entregado a las personas usuarias, el impacto en el negocio, la salud del producto y el coste total de propiedad.

Acompañar a los “fantasmas de la IA”

Hasta ahora he estado hablando de la toma de decisiones tecnológicas a nivel oficial, pero en las empresas también se está dando una economía fantasma de la IA: muchas personas están usando herramientas generativas sin que la dirección lo haya pedido o esté a tanto de ello.

Esto puede suponer un riesgo, pero reprimir o penalizar ese uso extraoficial de herramientas no es el camino a seguir. De hecho, se debería entender como una señal de curiosidad e iniciativa, y legitimar y acompañar esa curva de aprendizaje que ya está en marcha.    

 

Esto puede lograrse convirtiendo a esos “fantasmas” en embajadores de la innovación y facilitando a los equipos herramientas seguras, formaciones sencillas, entornos de prueba y espacios en los que compartir aprendizajes.

 

Cuestionar para avanzar

Quienes trabajamos en el sector tecnológico nos encontramos en un escenario más cambiante y retador que nunca, en el que pararnos a reflexionar y a cuestionarnos lo que hacemos es tan valioso como urgente.

Por eso desde Cloud District hemos querido explorar los clichés más comunes sobre producto digital, y por eso decimos que la tecnología necesita más cultura que nunca.

Al final, la tecnología no puede desvincularse del contexto ni adoptarse por inercia si queremos que cumpla la que debería ser su verdadera función: ser una herramienta al servicio de las personas.