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Nuevo periodismo y redes de conocimiento. La revista en.red.ando.

Escrito por Luis Ángel Fernandez Hermana el 01/12/2015 a las 23:58:58
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(Director)

El título de este artículo debería completarse con el añadido: desde Cataluña y… para el mundo. Nuestras referencias sobre el periodismo digital, tanto en Cataluña, como marco de proximidad, como en España, siempre han sido, y siguen siendo, excesivamente contemporizadoras y, en demasiados casos, más cerca del alarido autosatisfecho de Tarzán que de la realidad, conscientes de la belleza del propio ombligo en unos casos, o por ignorancia en otros. Basta con ampliar ligeramente el foco para encontrarnos con la descarnada verdad: la comparación con lo que sucedía en otros lugares, sobre todo en EEUU, eran casi siempre reverenciales, una forma discreta de reconocer que la cosa no iba muy bien. Lo cual demostraba, al mismo tiempo, que la ignorancia se extendía hasta bastante más allá de las fronteras propias, a la vista de la crisis crónica que viven los medios tradicionales y el periodismo en general en el país que se sacó a la Red de la manga. Los libros publicados y muchos de los artículos dedicados a la política que adoptaron los medios de comunicación tradicionales ante la irrupción de Internet, como, por poner un ejemplo, El Periódico (yo estaba allí y lo inicié todo y sé bastante bien, me atrevería a decir mejor que nadie, lo que pasó), así como de muchos otros, sin olvidar lo que hicimos los que hicimos algo, son de una superficialidad considerable. ¿Por qué esto ha sido así? ¿Por qué tanta gente ha podido afirmar con impunidad tal sarta de imprecisiones, equívocos e historias improbables?

 

Desde mi subjetivo punto de vista, destaco dos causas (como buen periodista, miento para fijar la atención del lector, hay muchas más y todas ellas de peso): en primer lugar, la ausencia clamorosa de un marco crítico de referencia conceptual. El análisis de una situación de cambio en los medios de comunicación, por tanto también en la profesión periodística, tan descomunal como el causado por la repentina irrupción de la Red en el escenario ocupado por dichos medios sin competencia visible excepto la propia (radio, TV, etc.), superaba precisamente el intento de comprenderlo desde la pobreza académica e intelectual aplicada a semejante evento. Aparte del uso del correo electrónico, lo cual les convertía en internautas, casi ningún periodista o profesor de periodismo o comunicación, había incursionado en la creación de medios digitales, lo cual dificultaba seriamente la comprensión de lo que estaba en juego.

 

En segundo lugar, y esta es una de las razones de éste artículo y de los que vendrán, porque quienes sí incursionamos en la creación de nuevos medios de comunicación digitales y tratamos de convertir ese viaje en una audaz aventura empresarial, nos encontramos con un muro de objeciones que vociferaba sus argumentos defensivos hasta el hartazgo. El riesgo de dedicarse a contestar era doble: malgastar el tiempo en construir argumentos cada vez más alambicados sobre lo obvio y perder de vista el objetivo principal. En nuestro caso, primero como la revista electrónica en.red.ando y después ya como la empresa Enredando.com, decidimos unir ambos extremos. Por una parte, seguir explicando, analizando y reflexionado sobre cómo el mundo estaba transformándose bajo el discreto imperio de las redes digitales, y cómo esto estaba afectando al periodismo y la comunicación tal y como los habíamos conocido hasta entonces. Por la otra, convertirnos en el resultado, lo más acabado posible, de ese proceso de cambio. Esta última parte nos absorbió hasta tal punto que nos fue alejando del día a día de esas batallas dialécticas, que otros libraban incluso a costa de nuestra piel (quizá erramos, como nos dijeron bastantes amigos, quienes insistieron en verter gran parte de sus energías en tratar de que los grandes barcos de la comunicación variaran el rumbo ante el iceberg que se les venía encima).

 

Esta posición nos colocaba en una tesitura paradójica, como era el tener que librar combate contra el mundo de la comunicación, de donde procedíamos casi todos los miembros del equipo de Enredando.com, sin bajar la guardia en ningún momento, porque si no perdíamos de inmediato. Además, como no podía ser de otra manera, esto había que hacerlo con una buena dosis de rabia ante un escenario como este, porque nos afectaba directamente en la profesión que ejercíamos y porque era la única forma de mantenerte alerta y descubrir tus fortalezas y debilidades, así como las de los otros. Era el mejor camino para acertar con lo que hacías, prosperaras económicamente o no, que ese era otra ópera, como sostenía un amigo. Ahora, por razones que vienen a cuento, creo que ha llegado el momento de ir ajustando desatinos. Es una forma, como otra cualquiera, de poner en claro lo que hacíamos desde el principio y marcar en rojo los puntos de evolución de la empresa Enredando.com y, de paso, del denominado periodismo digital y de los resultados cosechados.

 

Como quedará claro en esta exposición, no solo estamos convencidos, sino que también podemos demostrar, que lo que hicimos desde Enredando.com permanece como una experiencia única que marcó un camino, el cual, como ha ocurrido desde entonces, será recorrido indefectiblemente una y otra vez si pretendemos descubrir nuevas formas de informar y actuar, de generar y gestionar fuentes operativas de información, de producir el conocimiento que necesitamos para comprender y actuar en el mundo que nos ha tocado en suerte. Desde nuestro punto de vista, eso era de lo que se trataba. En suma, por este estrecho embudo desembocamos en las redes de conocimiento, que a estas alturas están apareciendo como aves insólitas del paraíso digital

 

Esta historia arranca aproximadamente en 1993-94, cuando, en vez de disfrutar del ir y venir de correos electrónicos y de las maravillas que ofrecía la comunicación por Internet, como hacía la vasta mayoría de internautas, y que por ello les convertía en seres extraordinarios en un mundo fascinante, comencé a experimentar en algo que me parecía diferente: la organización de procesos de comunicación digital, el diseño de flujos de información y, por tanto, la creación de medios digitales, frecuentemente buscando metas desconocidas. Esto suponía extraer el poso de mezclar mi experiencia con el diseño, por basto que fuera a la luz de lo que ha sucedido en los años siguientes, de esta naturaleza artificial, virtual, que crecía diariamente ante mis ojos. En ocasiones me movía en territorios bien cartografiados, en los que buscaba resultados específicos a partir de lo que más tarde se denominarían arquitecturas digitales: la construcción de espacios virtuales específicos, gestionados mediante una metodología para que sucediera algo que superara a la mera generación de información y desembocara en la generación y gestión de resultados, producidos entre todos los involucrados. Resultados, además, que fueran “operativos”. Es decir, que podían utilizarse para hacer o conseguir lo que se buscaba.

 

Esto escapaba al periodismo tradicional, a pesar de que los espacios virtuales de aquella época no estaban concebidos para ir más allá de la frontera de la generación e intercambio de información. Las listas de correo y los newsgroups ponían en contacto a gente de diferentes partes del mundo, quienes intercambiaba información muy diversa, sin mayores explicaciones sobre los sustratos sociales, económicos, políticos, raciales, religiosos, culturales, o geográficos de donde procedían. Algo nunca visto, lo más parecido a vivir una revolución en vivo y en directo, sin pedirla, ni entenderla.

 

Para estas experiencias que inicié en 1993-94 utilicé varias redes: GreenNet, que pertenecía a la Association for Progressive Communications (APC, actualmente tiene página en castellano) y la plataforma Compuserve, entre otras de menor dimensión y alcance. En ellas empecé  a detectar una verdad de perogrullo ante el batiburrillo humano con el que convivía: si no había contexto, el valor de la información que se intercambiaba era más bien magro, a menos que tratara de incrementarlo ya fuera añadiéndoselo o buscándolo en su origen, en su fuente. Frecuentemente, ese proceso de “creación” se mezclaba con la fascinación por el medio, lo cual apuntaba en dos direcciones curiosas y peligrosas: por una parte, si dicha fascinación se aposentaba como un canon, la superficialidad de la información que se intercambiaba se convertiría en un factor dominante, a la que se le insuflaría un elevado valor simplemente por la facilidad de consulta o de intercambio, o por el prestigio de la plataforma que lo distribuyera. Por la otra, para contrarrestar esta tendencia y generar información sustancial y significativa, había que añadir el factor de la “gestión”, capaz de crear contextos que modificaran y enriquecieran el proceso de intercambio.

 

En 1996, traté de convertir El Periódico de Cataluña en la vanguardia de los medios digitales en Internet, para lo que era necesario crear un proyecto que superara la mera mudanza de los contenidos del medio de papel al medio digital (teníamos el proyecto, como teníamos casi todo lo necesario para conseguirlo, menos la comprensión de lo que estaba en juego, que, como dicen en mi tierra: “caziná”).

 

Ese año comencé a publicar en Internet por mi cuenta un editorial semanal, que pretenciosamente llamé entonces “Revista electrónica en.red.ando”. Al principio era tan solo un dazibao, un artículo que reflexionaba sobre el impacto de Internet y que pegaba cada martes en la pared digital de la Red. Artículos que no tenían cabida en el medio de comunicación para el que trabajaba como free-lance. La forma como lo organicé con la ayuda de Vicent Partal y Charly García, que en aquella eran el director y miembro del equipo, respectivamente, de la Infopista, devino en el primer blog que existió en Internet (cada vez que diga esta frase, hay que tomarla en su totalidad: me refiero a toda la Red desde su fundación). Disponía de un formulario para suscribirte y así recibir un aviso de que había un editorial nuevo, o para recibirlo entero. En otro formulario podías dejar tus comentarios que podían ver y responder los otros internautas. La época era muy diferente a la actual. La gente se suscribía, pero no decía nada, hasta que Vicent avisó en su web que yo cumplía 50 años y me quedé asombrado de la cantidad de felicitaciones que recibí a través de este pequeño frankestein construido con formularios. En fin, un blog, en Barcelona, en 1996.

 

En 1997, en.red.ando pasó a ser una revista con secciones y ese tipo de organización que suelen definir a los medios de comunicación. Pero sin una portada cargada de noticias de actualidad y sin las secciones habituales de los medios de comunicación, como deportes,  política, espectáculos, etc., sin aquellos rasgos que han determinado su identidad desde que aparecieron en los albores de la revolución industrial.

 

La estructura y organización de la revista electrónica no buscaba la complicidad del lector, su forma de entender casi desde la cuna qué es y de qué trata un medio de comunicación escrito, adónde tiene que ir para encontrar lo que supuestamente quiere y desea saber. No buscábamos “darle en el gusto”, sino mostrarle que se podían hacer cosas diferentes porque estaba en un lugar diferente. Mis amigos me decían, por ejemplo: “La gente no quiere leer textos largos”. Y yo respondía: “Eso te debe pasar a ti y a la gente con la que tú tratas en la Red. Si sigues alimentándolos con textos breves o imágenes, ¿por qué van a preferir pensar, reflexionar, analizar y actuar de otra manera?” Nuestra vocación (aunque no lo proclamáramos porque íbamos a tientas) era desarrollar una nueva forma de hacer periodismo. Y lo fue por primera vez, que nosotros sepamos, en la historia de Internet. Entre otras cosas, y sobre todo, porque publicábamos los artículos que nos mandaban quienes estaban haciendo cosas en la Red. Frecuentemente y sin necesidad de reclamárselos. Es decir, escribían sobre lo que les interesaba y les preocupaba. Y acudían donde percibían que era posible publicarlo.

 

Por un momento, imagínese que usted es periodista y usa esos argumentos en un periódico para defender la publicación de su artículo. ¡Publicar no lo que le interesa al medio, o lo que le preocupa a la empresa del medio, sino lo que podríamos denominar como “bienes de comunicación” consensuados con sucedáneos de periodistas exteriores al medio! La primera respuesta que le darían sería: “¿Pero tú quieres escribir sobre lo que te da la gana o hacerle caso a gente cuando menos inexperta?” Ojito con lo que dice a continuación, porque está usted exactamente en la raya que marca la frontera entre el periodismo y el periodismo digital, o entre el periodismo tradicional y… el periodismo transgresor que promovió la Red.

 

Bien, en algunos casos, teníamos que explicar o guiar a estos miembros exteriores del equipo de redacción de la revista que no queríamos artículos al uso, contando lo mismo que ya estaban contando otros medios, más que nada porque ya había suficientes receptáculos digitales -o en otros formatos- para esa clase de trabajos. Por ese camino nos vimos obligados a organizar un equipo de contenidos, que coordinó Karma Peiró. Pero, en general, los miembros exteriores solían entender de golpe por qué podían intervenir en la revista en.red.ando, escribir para ella y sobre qué tenían que escribir. Sin necesidad de un director o un consejo de redacción que constantemente les marcara el territorio. Algunos nos decían que esto nos acercaba a los foros. Pero no éramos un foro, en realidad no teníamos uno. Simplemente era la primera vez en Internet que aparecía la estructura de un nuevo medio de comunicación, de una nueva forma de hacer periodismo en un contexto tan inexplicable como el entorno digital. No tenía nada que ver con las iniciativas en las que han enterrado millones de euros o dólares cabeceras insignes del periodismo mundial poniendo, de paso, en riesgo su propia supervivencia. Y esto pasaba en Barcelona, en 1997.

 

Iniciativas así se podían hacer entonces (y resulta casi imposible de hacer ahora sin un considerable derroche de voluntad, adrenalina y dinero, entre otras cosas que afectan a la salud y a la billetera) porque en aquel entonces apenas había nacido, crecido y madurado el marketing digital. Por tanto, los internautas escribían artículos sobre lo que les interesaba, les preocupaba o necesitaban confrontar para saber más. Eran artículos informativos, investigados, con una fuerte impronta transversal, no jerárquica. Nosotros sabíamos, caminando a tientas, que en.red.ando era una revista electrónica basada en un periodismo nuevo, el denominado periodismo digital, no porque se publicaba en la Red, sino porque la forma de hacerse, la metodología aplicada y los resultados obtenidos, para nosotros y para los internautas, permitía hablar de que era otra forma de hacer periodismo. En aquellos años, no existía ningún medio de comunicación parecido en Internet. Sí mucha discusión sobre cómo debería ser, sí muchas experiencias novedosas de transposición de medios tradicionales a la Red utilizando varios de los potentes elementos del ámbito virtual. Fue y es el caso, por ejemplo, de Vilaweb, cuya legítima aspiración, como dijo innumerables veces su director Vicent Partal en actos públicos, era superar a La Vanguardia y convertirse en el medio de referencia en catalán, con las similitudes clásicas de portada y secciones fácilmente reconocibles por cualquier lector. En una fase de experimentación más avanzada, le ha añadido los blogs, algo que han copiado muchos medios sin cambiar sus elemento esenciales, a pesar de que han abierto caminos interesantes e innovadores.

 

Nosotros nunca quisimos ser el medio de referencia de nadie ni de nada, sino un espacio de experimentación, de descubrimiento, de análisis, de investigación, de reflexión, de generación de conocimiento en un territorio nuevo y misterioso, que nos permitiera ir abriendo caminos nuevos, innovadores, incluso aunque no lo supiéramos o nos equivocáramos en nuestras apreciaciones. Eso está explicado con mayor claridad en los tres volúmenes de Historia Viva de Internet porque su contenido está escrito a medida que avanzábamos.