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¿INCOMPLETA? Ya no más...

Escrito por Slivia Leal el 07/03/2019 a las 23:47:55
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(experta en e-Liderazgo y transformacion digital)

Todo lo que rodea a La inconclusa es fascinante.  Schubert falleció con tan solo 31 años, y nos dejó más 900 composiciones, pero La inconclusa, su octava sinfonía, es la que mayor popularidad ha logrado alcanzar, a pesar de llevar 197 inacabada. Es sorprendente, porque la obra, compuesta en 1822, tan solo tiene dos movimientos y un esbozo del tercero, frente a los cuatro que normalmente encontramos en este género.

 

Hay quien dice que no la terminó porque tras escuchar los dos primeros movimientos consideró que era simplemente perfecta y, ¿para qué seguir? Quizás… Sin embargo, todo apunta a que, en realidad, decidió no acabarla porque no encontraba un final que estuviera a la altura de los primeros movimientos, un problema agravado por el hecho de que poco después de empezar a escribirla se enteró de que padecía sífilis, tras lo que perdió las ganas de invertir en ella más tiempo y esfuerzo.

 

Normal, con una vida como la suya… ¿Qué fuerzas puedes tener si la vida te da trece hermanos, pero once mueren al nacer (o al poco de hacerlo)? ¿Como te enfrentas a la vida si tu madre fallece en el último parto, y tu padre insiste a diario, por si fuera poco, en que abandones tu pasión, en este caso, la composición? ¿Cómo se puede vivir, cuando la vida ha elegido que debes morir, y ha decidido no darte más tiempo?

 

Sin embargo, la tecnología, ha conseguido marcar, afortunadamente, un nuevo hito en esta historia, recordándonos a todos la genialidad de un compositor que, tristemente, no vio estrenada gran parte de su obra. Lo ha hecho la inteligencia artificial de un teléfono móvil, el HUAWEI Mate 20 Pro, en colaboración, eso sí, con un compositor de carne y hueso, el ganador de dos Emmy Awards Lucas Cantor. Juntos, han logrado escribir el final de esta sinfonía que se ha convertido, para muchos, en la más intrigante de todos los tiempos.

 

Para conseguirlo, esta tecnología ha analizado el timbre, el tono y el compás de los primeros movimientos, tras lo que el compositor, ha intervenido para garantizar que el resultado final estuviera preparado para ser interpretado por una orquesta sinfónica. ¿Y el resultado? Simplemente, espectacular.

 

Tan solo había que prestar atención a los músicos de la orquesta, orgullosos de estar ahí, de formar parte de un momento histórico que no podrán olvidar jamás. Una emoción contagiosa y desbordante que todos pudimos sentir desde el principio hasta el final, en una obra que rebosaba alma.

 

Toda una demostración de que podemos hacer dos cosas frente a la llegada de todas estas tecnologías. Negar su valor, cruzarnos de brazos esperando “que pasen de moda” (cosa que no pasará) o dedicarnos a cuestionar (y criticar) lo que pueden llegar a hacer por nosotros y por la humanidad. ¿Y la segunda? La más inteligente, en mi humilde opinión, abrirnos a la experiencia, dejar de competir con ella y apostar por formarnos y esforzarnos para que, entre otras muchas cosas, sean capaces de expandir los límites de nuestra creatividad.