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Menor deterioro cognitivo entre las personas mayores conectadas

Escrito por Guillem Alsina el 09/09/2025 a las 08:37:11
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El primer grupo de personas mayores que ha tenido que integrarse en una sociedad digital alcanza ahora edades en las que la discapacidad cognitiva es más frecuente. Pese a décadas de advertencias sobre posibles efectos nocivos -a veces denominados “demencia digital”-, la evidencia reciente señala una tendencia distinta, según nos explican en KFF Health News citando a Michael Scullin, neurocientífico de la Universidad de Baylor (Texas, Estados Unidos), quien explica que los estudios apuntan a que el uso de tecnologías digitales cotidianas disminuye el riesgo de deterioro cognitivo y demencia.


En un análisis realizado por el mismo Scullin y Jared Benge, neuropsicólogo de la Universidad de Texas en Austin este último, se estudiaron personas mayores de 50 años, con una edad media de 69. Quienes utilizaban ordenadores, smartphones, Internet o una combinación de todos estos dispositivos, obtenían mejores resultados en pruebas cognitivas y presentaban tasas más bajas de deterioro o diagnósticos de demencia que quienes evitaban la tecnología o la usaban con una menor frecuencia.


El trabajo, publicado en Nature Human Behavior, revisa 57 estudios que abarcan a más de 411.000 personas mayores y, en casi el 90% de los casos, encuentra un efecto protector relacionado con la tecnología. Expertos externos al estudio, como Murali Doraiswamy (Universidad de Duke), consideran que la hipótesis merece investigación adicional, mientras que Walter Boot (Weill Cornell Medicine) matiza que los experimentos de entrenamiento cerebral en línea suelen mostrar mejoras limitadas al ejercicio concreto, si bien ve plausible que la adaptación prolongada a entornos digitales tenga efectos generales.


Este tipo de análisis no permite establecer causalidad; persisten dudas sobre si la tecnología mejora la cognición o si las personas con mayor capacidad cognitiva se sienten más inclinadas a adoptarla, o si la adopción tecnológica actúa como indicio de otros factores, como los ingresos. No obstante, al considerar variables de salud, educación y nivel socioeconómico, Scullin y Benge siguieron observando una asociación entre el uso digital y un mejor desempeño cognitivo.


Las advertencias previas sobre el impacto de las pantallas provienen en buena medida de investigaciones con menores y adolescentes, en quienes se han observado problemas atencionales, de salud mental o de conducta cuando existe sobreexposición. En los adultos mayores, el cerebro sigue siendo plástico, aunque en menor grado, y quienes iniciaron su contacto con la tecnología en la mediana edad partían de habilidades básicas y tuvieron que ampliar su aprendizaje para participar en una sociedad que evolucionó rápidamente.


Entre las posibles explicaciones de la asociación descrita, encontramos la complejidad de los dispositivos y servicios digitales, que exige superar frustraciones, resolver problemas y adaptarse a actualizaciones de software, todo ello con un componente de reaprendizaje. Además, la tecnología puede favorecer conexiones sociales, ayudar con recordatorios y compensar fallos de memoria, mientras que determinadas aplicaciones facilitan tareas funcionales como las compras o la banca.


Paralelamente, diversos trabajos han observado que, aunque el número absoluto de personas con demencia crece con el envejecimiento poblacional, la proporción de mayores que la desarrollan ha descendido en los Estados Unidos y en varios países europeos, tendencia atribuida a factores como la reducción del tabaquismo, una mayor educación y mejores tratamientos de la hipertensión, a la que la interacción con la tecnología podría sumarse.


Riesgos y preguntas abiertas


Pero las tecnologías digitales también presentan riesgos: el fraude y las estafas en línea suelen dirigirse a personas mayores y, aunque reportan menos casos que los más jóvenes, las pérdidas económicas son mayores, según la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos. La desinformación añade otro frente de preocupación.


El uso intensivo tampoco garantiza beneficios: un consumo excesivo de contenidos, como maratones prolongados de vídeo, puede restar tiempo a la interacción social. La tecnología no sustituye otras actividades relacionadas con la salud cerebral, como el ejercicio físico o una alimentación adecuada.


Queda por resolver si el posible efecto protector se mantendrá en generaciones nativas digitales, más habituadas a estas herramientas que quienes tuvieron que incorporarlas en etapas posteriores de su vida. La tecnología sigue cambiando, y el patrón social se repite: cada novedad -desde la televisión y los videojuegos hasta la inteligencia artificial- suscita alarmas iniciales que con el tiempo se reevalúan.