El crecimiento del número de constelaciones satelitales que ofrecen servicios de conectividad a Internet a organizaciones y consumidores trae consigo efectos colaterales no deseados: según el astrofísico Jonathan McDowell, del Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics, entre uno y dos satélites de Starlink reentran y se desintegran en la atmósfera cada día, según detalla a PCWorld.
El mismo investigador advierte que, si se añaden futuras nuevas constelaciones como la Kuiper de Amazon, o los varios planes de empresas chinas, el ritmo podría alcanzar hasta cinco reentradas diarias en los próximos años.
Desde 2019 se han lanzado casi diez mil satélites Starlink a la órbita terrestre baja, lo que significa que operan a una altitud aproximada de 550 kilómetros. De acuerdo con el recuento de McDowell, alrededor de 8.500 siguen operativos, mientras que el resto está fuera de servicio o ya se ha desintegrado a su regreso.
Con el paso del tiempo, la fricción con las capas altas de la atmósfera reduce la altura a la que operan los satélites y provoca su reentrada. El proceso suele culminar con la destrucción completa del satélite aunque, en ocasiones, hay fragmentos que alcanzan la superficie terrestre.
La reposición de la flota es un factor adicional. McDowell estima una vida útil media de cinco años por satélite, lo que implica reemplazos periódicos. Con la ampliación prevista de Starlink hasta unas 30.000 unidades y la incorporación de otras constelaciones, el número total de satélites en órbita baja podría superar los 50.000, aumentando de forma proporcional las reentradas.
La duración de los satélites depende en gran medida de la actividad solar; durante episodios de tormentas solares, la atmósfera superior se expande, incrementa la resistencia y acelera la pérdida de altitud. Un antecedente es el de febrero de 2022, cuando una tormenta geomagnética provocó la pérdida de alrededor de cuarenta satélites de Starlink.
El incremento de objetos en órbita también eleva el riesgo de colisiones; cada choque genera restos que, a su vez, aumentan la probabilidad de nuevos impactos. Este efecto en cadena, conocido como síndrome de Kessler, complica la seguridad de las operaciones espaciales a medida que crece la densidad de artefactos.
La reentrada de satélites produce partículas de óxido de aluminio que se acumulan en las capas altas del aire. Un estudio de modelización realizado en los Estados Unidos estima que, con los actuales planes de expansión, podrían liberarse hasta diez mil toneladas anuales de este compuesto alrededor de 2040. Dicha cantidad sería suficiente para calentar en torno a 1,5 grados centígrados las capas más altas de la atmósfera (la mesosfera y la termosfera), provocando con ello alteraciones en los procesos químicos relacionados con la capa de ozono.
Estas proyecciones incluyen márgenes de incertidumbre, ya que dependen del número de satélites que se desintegren, su composición y su tamaño. Como referencia, un satélite típico de Starlink pesa en torno a los 250 kilos y se estima que genera unos 30 kilos de óxido de aluminio al reentrar.
Los especialistas no señalan un peligro inmediato para la vida cotidiana o el funcionamiento de la civilización, aunque el incremento de satélites añade presión al entorno orbital y a la atmósfera, lo que exige medidas de mitigación.
Existen guías internacionales para la retirada de satélites cuando llegan al fin de su vida operativa, pero no hay normas globales vinculantes que aborden el desmantelamiento de grandes mega-constelaciones. En este contexto, se plantea la necesidad de un enfoque coordinado entre países para reforzar la seguridad en órbita y limitar los posibles efectos sobre la atmósfera a largo plazo.