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Una nueva manera de leer

Escrito por JOAN BARRIL el 23/06/2010 a las 00:02:41
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Comparto con ustedes la alegría de un premio. Se trata de un premio literario. O lo que es lo mismo: sólo se trata de un libro, muy poco en comparación con los grandes problemas de la Humanidad, pero relativamente importante para el que lo gana. El jurado decidió otorgarlo a un libro escrito por mi y yo se lo agradezco. Hay premios camuflados y otros que son realmente sinceros. Me refiero a que hay premios en cuya dotación está incluída una cifra importante de ejemplares vendidos. En realidad se trata de un anticipo, una cantidad que no viene nada mal pero que en realidad es como si te pagaran todos los libros vendibles en el mismo momento. El premio que acabo de recibir no es de esos. Es simplemente un premio: los honores, el dinero y a partir del primer ejemplar vendido se empieza a cobrar. Es al fin y al cabo el fundamento del capitalismo industrial. Alguien tiene una idea, se juega el tiempo y una inversión en convertirla en objeto, intenta seducir al máximo número de personas para que lo adquieran y de todo se obtiene un beneficio. A veces sucede que determinadas obras pueden ser copiadas por desaprensivos que intentan llegar al mismo público ofreciendo un producto parecido pero en ningún caso igual. Para ello existen leyes que protegen a los creadores. La ley de la propiedad industrial o la Ley de la propiedad intelectual son algunas de ellas. Hasta ahora nadie las ha puesto en duda. Y, en el caso de los escritores, jamás hemos llegado a pensar que nuestra obra podría ser pirateada o distribuída por canales que no revertieran en la idea del exiguo beneficio que reportan. Sin embargo, hace unos días, con motivo del anuncio del premio me encontré con una curiosa sorpresa. A mi izquierda se encontraba ni más ni menos que el director general de la editorial que va a tener a bien publicar mi pequeño libro premiado. El director general se dedicó en su breve parlamento a hablarnos de los retos del mundo de la edición, de la presión que sienten ante el libro electrónico, del futuro que les aguarda y -cito literalmente- "que estaba seguro que ningún creador está en contra de la versión digital de sus obras". Probablemente en aquel momento mi director general debió lanzarme una mirada de complicidad, pero a aquellas alturas la ira cegaba mis ojos. En mi turno de respuesta, tras contar la trama, las ideas y mi amor por la literatura, culminé mi intervención mirando fíjamente a mi director general diciéndle que a mi sí que me importaba que una editorial abandone el papel para lanzarse a la explotación telemática de mi obra y que consideraría un verdadero fracaso del grupo que sucumbieran a esas "fuertes" presiones que les aconsejaban a lanzarse al mundo digital. A nadie le gusta que le lleven la contraria en público. Sobre todo cuando uno es un director general y el discrepante sólo es un escritor antiguo premiado por la munificencia de unos terceros. Lejos de matizar su manifiesto anterior, el director general se explayó en sus tesis electrónicas. Y al día siguiente la prensa obtusa sólo se hizo eco de nuestra discrepancia sobre el soporte en el que se vería publicado mi libro. Ni una palabra del argumento, de la imaginación y de la supuesta belleza, en el supuesto que existiera. Lo único importante era el apoyo implícito que se daba a las tesis del defensor del "reader" y del "e-book" como si se tratara de la imprenta de Gutemberg. Una vez más me sentí, como ya empieza a ser costumbre, en campo contrario. Lo que no le dije al director general que -por ahora- me concede el privilegio de publicar en papel mis torpes prosas, es que hace un par de años que dispongo de un magnífico "reader" y que durante mucho tiempo he sido un usuario permanente de este cacharrito. No en vano durante bastante tiempo he dirigido un programa de televisión dedicado a los libros y ahora soy dueño de una editorial minúscula pero que exige la lectura de no pocos originales. El "e-book" o el "reader" es un instrumento valioso. Incluso diría que es útil sobre todo para los profesionales. El "reader" nos impide ir cargados con centenares de hojas mecanoscritas. El "reader" nos salva del lamentable espectáculo que significa que esas hojas nos caigan al suelo y debamos recogerlas una por una en medio de la ventolera. El "reader" es sin duda un aparato útil para aquellos lectores que se van a pasar un año sabático en un bungalow de una islita de los mares del sur y quieren llevarse un centenar de libros sin necesidad de dar exceso de peso en el mostrador de facturaciónde las líneas aéreas. Dicen los profetas de esta tecnología que, gracias al Ipad, la lectura de un libro vendrá amenizada por música ambiental, por fichas históricas, por fotografías de paisajes que salen en la novela, por entrevistas con el autor. En otras palabras: que tendremos en nuestras manos un objeto multimedia que nos lo dará todo masticado. Tal vez también en este caso la nueva tecnología nos abrirá una nueva manera de leer en lo que lo menos importante va a ser la lectura y su capacidad de ensoñación y de imaginación. ¿Para qué imaginarnos los paisajes africanos de la baronesa Blixen (Isak Dinesen) si ya los tendremos en la pantalla? Una nueva manera de leer está llamando a la puerta y sus portavoces son gente que tiene menos que ver con la literatura que no con la fabricación de baterías autónomas. Porqué ¿cómo vamos a seguir leyendo en el bungalow de los mares del sur el día que la última batería recargable se nos caiga al Pacífico? ¿No echaremos en falta entonces al frágil y antiguo papel, ese material que todo lo soporta? A esos nuevos gestores de lo tecnológico hay que recordarles de vez en cuando que hay objetos inmejorables. Y que probablemente el libro, tal como lo conocemos, es uno de ellos. Reitero mis prevenciones sobre las leyes de propiedad industrial e intelectual. Hemos visto el derrumbe de esos conceptos en el mundo de la música. ¿Por qué no debería pasar lo mismo en el mundo de la literatura? En tanto que autor, el día que vea mi libro editado mal que bien por un impresor fantasma, ¿cómo voy a poder sentirme protegido por un editor que no vacila en proclamar en público su descarada fascinación por la misma tecnología que le está socavando sus beneficios? ¿Tan seguros están de su sistema? ¿Realmente creen esos entusiastas de todo lo electrónico que la sustitución del libro de papel por la tarjetita del "reader" va a significar un incremento del público lector? Les aseguro que para cualquier autor no hay soporte inútil. Leería sobre las piedras y escribiría poemas sobre la arena húmeda de la bajamar. Al fin y al cabo la transmisión del conocimiento, de la imaginación y de la belleza no depende de dónde se escriba sino de la mirada del que escribe. De ahí mi prevención ante este alarde entusiasta de los e-books. Sirven para leer, es cierto. También una locomotora sirve para desplazarse. Pero nadie se compra una locomotora para instalarla en el jardín. Existe una moral de las nuevas tecnologías que está resultando cada vez más invasiva, y que deja a ciertos usuarios fuera de los mecanismo habituales de la comprensión del mundo. Es sólo una duda más de hacia dónde van ustedes. Yo, con su permiso y sin ganas de molestar, me quedo con mi antigua manera de leer. La nueva no me aporta nada nuevo. Lo unico que hace es aligerar de peso mi maleta de viaje.