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Los genocidas tecnológicos

Escrito por JOAN BARRIL el 16/06/2010 a las 00:26:14
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El motivo último de esta sección no es otro que el de la duda. Y me refugio en la duda precisamente porque nada de lo que es humano debería ser ajeno a la fértil necesidad de creer que no siempre estamos en posesión de la razón. Introducir la duda en los planteamientos oscurantistas o reaccionarios es fácil. Lo que ya es más difícil es dudar de los avances, sean morales, políticos o tecnológicos. Reflexionar sobre la tecnología y las nuevas herramientas de la informática parece que se ha convertido en un damero maldito en el que no hay matices. La simple duda genera en el lector practicante el resquemor a la herejía. Fuera de la informática no hay salvación y, en consecuencia, no hay motivos para el pensamiento. ¿Para qué pensar en aquello que ya nos va bien? El pensamiento es la guinda que adorna el pastel del bienestar. Pero lo que el ser humano busca es el bienestar. Y para eso no hacen falta ni cerezas en almíbar ni virutas de chocolate. Este pequeño preámbulo me obliga a creer que tal vez el problema que me sitúa encampo contrario no es la tecnología en sí, sino más bien el mal uso que se hace de la tecnología. Y no me refiero a las torpezas y a la mala praxis que a menudo todas las tecnologías conllevan, sean éstas nuevas o viejas. Un mal maquinista de una locomotora de vapor no implica su sustitución por el AVE sino que simplemente constata su irresponsibilidad al frente de un servicio público del que dependen la vida de muchas personas. ¿Puede decirse lo mismo de la informática? Por supuesto no es este el caso. La informática es un avance. Lo que a veces constituye un retroceso son dos cosas: en primer lugar aquellos que intentan extraer de esas tecnologías la verdad absoluta. En segundo lugar los que consideran que las nuevas tecnologías pueden suplir sus propias carencias en el campo de la organización, del análisis y de la relación entre objetos y personas, entre servicios, mercancías y usuarios. El problema, pues, no es la máquina sino el conformismo con el que los ineptos intentan justificar su ineptitud y su falta de formación en la máquina. A menudo, los amables -y no tan amables- comentaristas de tecnonews que apostillan mis precarias notas me dicen que no estoy capacitado para hablar de estas cosas si no he demostrado previamente un mínimo interés en su aprendizaje. Llevan razón, por supuesto. Pero en vez de disparar sobre el mensajero, harían bien en analizar cuántos fracasos nos proporciona la informática y sus aplicaciones cuando se han depositado en manos de gente que han creído que la máquina les va a dar un plus de excelencia profesional que, sin las máquinas, jamás hubieran podido ni siquiera soñar. En el terreno de la logística y de la estrategia de servicios tengo un ejemplo para que se ensañen conmigo. Conozco a unos amigos que disponen de una pequeña casa en el interior de la isla de Mallorca. El paraje en el que se encuentran es un espacio protegido en el que no está previsto ningún tendido eléctrico que podría poner en peligro el pequeño ámbito natural y boscoso del área. Es por ello que la casa se alimenta de un sistema de energía solar, un pequeño sistema de generador alimentado por gas-oil que actúa de reserva energética en el supuesto de escasa insolación en invierno o de lluvias prolongadas. Para la calefacción y el agua caliente se cuenta con una instalación de diez bombonas de propano que se activan de cinco en cinco. No es gran cosa. Y hasta hace unos meses mis amigos se limitaban a llamar al distribuidor local de las bombonas. Como ya se pueden imaginar el acceso a esta casa no es fácil. Se trata de un laberinto de caminos muy poco transitados y con unos topónimos que sólo conocen los lugareños. Durante años la llegada periódica del gas -un par de veces al año- ha sido fácil y confortable. El minorista conocía el camino, el nombre y la voz de su cliente. Y el pago de las bombonas se efectuaba en una cuenta de uno de los bancos locales. Era el mundo perfecto, si como perfección se entiende que alguien quiere comprar algo que otro tiene, que se conocen por su nombre y que se encuentran en el momento de la descarga del gas y también en la fiesta mayor del pueblo. Hace unos meses todo esto cambió. Para solicitar esas diez malditas bombonas de gas anuales mis amigos deben llamar a un número de Madrid dónde nadie les conoce. El anónimo empleado de Madrid, por supuesto, no sabe nada del nombre de la casa ni de los vericuetos del itinerario. Por no saber ni siquiera sabe qué tipo de vehículo será el idóneo para poder llevar su carga entre los árboles. Para ello el anónimo comunicante de Madrid sugiere a su cliente mallorquín que espere a una hora convenida, en el cruce de la carretera general, al camión que le llevará el gas, que le guíe hasta su casa y que, por supuesto, abone el gas en una cuenta lejana. No hay ninguna duda sobre la eficacia contable y de gestión de stocks de la recién centralizada empresa gasística. Pero es evidente que los técnicos en logística, sin siquiera pensar en la comodidad de un cliente que no deja de ser un cliente cautivo, han decidido imponer la lógica de la informática sobre la lógica antigua de los antiguos mercaderes. No hay descuento en cada bombona. Las cuentas de la gasística serán absolutamente "on-line". Es probable incluso que todo esto sirva para ir erradicando a los pequeños minoristas que hasta ahora cubrían el servicio. Pero la decisión centralizadora en una única oficina lejana -en este caso Madrid- somete al usuario a unas incertidumbres respecto el suministro del gas que le alteran la vida laboral y que le hacen añorar aquellos tiempos antiguos en los que el gas era mucho más sólido que la evanescencia de las relaciones comerciales del mismo gas. Por supuesto que la informática no tiene la culpa de esta decisión. Pero las mentes pensantes de la distribución continúan creyendo que las nuevas tecnologías mejoran el servicio. Se equivocan. Las nuevas tecnologías mejoran otras cosas, entre ellas el control inmediato de sus existencias, de sus cobros y de sus márgenes. Pero todo ello a costa de un sistema tan antiguo como se quiera pero que desde el Imperio Romano, en el supuesto que Nerón incendiara Roma con gas, había demostrado su eficiencia. Es sólo una duda. Cuando la informática intenta ir más allá de las relaciones personales, ¿qué nos queda? ¿O acaso será que con Twitter, Facebook o Linkedln las frías noches de invierno van a ser cálidas para mis bucólicos y necios amigos mallorquines? Porque si de lo que se trata es de ir marginando a un sector de la población a fuerza de poner las cosas difíciles para la adquisición de bienes de primera necesidad, tal vez algún día deberemos recurrir de nuevo a las velas, a los quinqués, al camping gas y a cantarnos canciones junto a una hoguera. A eso se le podría llamar también genocidio tecnológico. Vivir nunca ha sido especialmente fácil. Pero ahora, con esos curiosos generales de la tecnología y de la logística "pro domo sua", vivir se nos está poniendo un poco más difícil.