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Hacia un mundo deshumanizado

Escrito por Mario Agudo el 29/11/2016 a las 21:00:15
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El titular de esta columna de opinión suena a sensacionalista, pero el destierro progresivo de las Humanidades en los planes de estudio podría traernos una realidad parecida en la práctica. No se trata de ser un agorero, sino de observar los síntomas que ya se van produciendo y considerar qué puede ocurrirnos a largo plazo si continuamos con esta tendencia. Vivimos un cambio de paradigma en todos los sentidos, el fin de una época y el comienzo de otra que no sabemos lo que nos deparará. Por tanto, conviene estar alerta.

 

El siglo XXI es, sin lugar a dudas, el siglo de la tecnología. Avanzamos a un ritmo mucho más vertiginoso que en épocas pretéritas, casi más rápido de lo que nuestras mentes pueden asimilar. El salto tecnológico entre las generaciones de comienzos del siglo XX y las actuales es abismal. No hace mucho mi hijo, de siete años, me preguntó extrañado la razón por la que al teléfono móvil le llamábamos así, si todos son móviles. Como esta anécdota, podemos enumerar muchas otras, tantas como nuestra vena masoquista lo permita.

 

El avance de la tecnología ha traído también como consecuencia un mundo más conectado, más informado, pero paradójicamente, más personalista y menos crítico. Nos Hemos convertido en una sociedad tecnificada y compleja, orientada al éxito profesional y al retorno económico, en la que la educación se ve como un medio y no como un fin. Los sistemas educativos tratan de mantener la máquina en funcionamiento y para eso se requieren perfiles cada vez más técnicos, más especializados. Nuestros planes de estudio tienen, por ello, una vocación práctica y las Humanidades quedan así en fuera de juego.

 

Esta concepción parte de dos planteamientos erróneos: una absurda división entre ciencias y letras, como si el conocimiento se pudiera compartimentar, y una confianza extrema en la ciencia como solución de todos los males de la sociedad. La formación integral de una persona no pasa solo por su capacitación técnica, sino también por su capacitación como tal, como ser humano. Las Humanidades, como decía hace poco tiempo Carlos García Gual, nos hacen críticos. Nos ayudan a entender nuestra posición en el mundo porque tratan sobre las grandes cuestiones, no sobre lo efímero.

 

Y antes hablaba de síntomas. Los hay. No tenemos más que asomarnos a las redes sociales. Como he sostenido en algunos artículos y en congresos en los que he tenido la ocasión de participar, las redes sociales no son negativas, están llenas de oportunidades si sabemos aprovecharlas. Son el boca a boca por escrito y, por tanto, son el tapete por el que desfilan nuestras virtudes y nuestras miserias. Si las redes reflejan una sociedad podrida es porque la sociedad realmente está podrida, por tanto, sobre lo que tenemos que reflexionar es sobre la dolencia, no sobre el instrumento que nos permite diagnosticarla.

 

Pero no todo es responsabilidad de las instituciones que nos gobiernan. El conocimiento está ahí, tenemos una gran cantidad de recursos y herramientas para encontrarlo, solo hace falta tener la suficiente voluntad como para recorrer el camino por uno mismo. Se trata, quizás, del mejor sendero que uno pueda emprender: el conocimiento de uno mismo, porque eso nos llevará al conocimiento de los demás y, por extensión, de nuestro entorno y de nuestras circunstancias. Parapetarse en el destierro de las Humanidades es cómodo, pero no debe ser la excusa para dejarnos llevar por la riada de superficialidad que arrasa con nuestro principal rasgo diferenciador como especie: la razón.