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Sonido y bienestar
Escrito por Jordi Àngel Jauset el 06/04/2011 a las 00:31:31
(Profesor e investigador. Gestión de la calidad e innovación docente)

Difícilmente encontraríamos a una persona que mostrara indiferencia ante su exposición a la música. Somos seres musicales y la reacción que experimentamos ante ella es básicamente biológica, por eso manifestamos esa sensibilidad que tantas veces hemos percibido. La música es útil para relajarnos y para concentrarnos, es capaz de modificar nuestros ritmos fisiológicos, de alterar nuestro estado emocional, de cambiar nuestra actitud mental e incluso de aportar paz y armonía a nuestro espíritu.

 
Sabemos que el origen del sonido es una vibración mecánica que se transmite a través del aire como fluctuación de la presión atmosférica. Aunque habitualmente al hablar de sonido, nos referimos a la sensación que experimentamos tras la conversión de la energía acústica en energía o impulsos nerviosos a través de la vía auditiva, no es menos cierto que dicha energía acústica puede “sentirse” físicamente, por impacto en nuestro cuerpo. Si nos situamos a corta distancia, próximos a un altavoz que reproduzca sonidos graves percibiremos las fluctuaciones de las ondas acústicas emitidas. O bien, si mantenemos un globo hinchado entre las manos mientras se reproduce música a gran volumen, podremos “sentir” la vibración (por el tacto) a través del globo, técnica utilizada por las personas con problemas auditivos para seguir el ritmo de la música y bailar.
 
Hoy día el uso de la música como terapia (musicoterapia) está reconocido como una disciplina científica, principalmente por los efectos observados derivados de los cambios bioquímicos que se producen en nuestro cerebro como respuesta a los estímulos musicales. Dichos cambios nos afectan fisiológicamente y, a su vez, repercuten en los nuestros sistemas emocional y cognitivo. Si no fuera así, difícilmente se aplicaría en centros tan renombrados como la Harvard Medical School, donde se siguen constatando los beneficios de la música clásica de Mozart en pacientes que se recuperan en las unidades de cuidados intensivos.
 
Sin embargo, tal como expongo en mi reciente obra publicada “Terapia de sonido: ¿ciencia o dogma?” [1], los efectos beneficiosos derivados del impacto de la energía acústica en nuestro cuerpo (objetivos de la Sonoterapia, Terapia de sonido y/o Vibroacústica), aún son cuestionados científicamente. Curiosamente,  las consecuencias de las vibraciones y su relación con la salud están reguladas por ley, en nuestro país desde el año 1995 (Ley de Prevención de Riesgos Laborales), y existe obligatoriedad de su aplicación en el entorno laboral como medida de protección para la salud. Por ejemplo, limitando el tiempo de manejo de una herramienta percutora pues las vibraciones que se transmiten a través de la mano y el brazo podrían ocasionar determinadas lesiones. Existe, pues, un claro conocimiento de sus efectos y consecuencias para el organismo humano, aunque sean más divulgados los efectos nocivos, y menos, aquellos que puedan beneficiarnos como los que se citan en los siguientes párrafos.
 
Hace ya algunos años que estas terapias se experimentan en diversos países. Por ejemplo, en determinados hospitales de EE.UU pueden encontrarse salas equipadas con un mobiliario muy especial: unos cómodos sillones vibratorios que proporcionan un agradable masaje a la vez que te envuelven con una melodiosa música, induciéndote a un profundo estado de relajación. El uso de estos espacios se incluye como parte de un protocolo clínico en seleccionados procesos pre o post operatorios. En el año 1992, el Dr. George Patrick efectuó un estudio en los Institutos Nacionales de Salud con enfermos aquejados de diversas dolencias que habían sido usuarios de dichos “sillones”. Sus conclusiones contemplaron mejoras en los síntomas de dolor, en estados depresivos, y en personas con acusados problemas de fatiga y de náuseas.
 
Con relación a los efectos de atenuación de los síntomas de dolor, Kris Chesky, director del Centro de investigación de Música y Medicina de la Universidad de North Texas, ha constatado los beneficios que determinadas frecuencias -particularmente las comprendidas entre 60 Hz y 600 Hz- aportan a las crisis de dolor. Ha comprobado que dichas frecuencias estimulan los corpúsculos de Pacinian - receptores sensoriales de la piel- que son especialmente numerosos en las manos y en los pies, y que responden a las vibraciones y a la presión mecánica.[2]  
 
De suma importancia, en el campo de la vibroacústica o terapia de sonido, son las aportaciones de los doctores americanos Karel F. y Heda Jindrak, cuyas teorías explican los efectos fisiológicos que se derivan del impacto de las vibraciones sonoras en el cuerpo humano. En su libro “Sing, clean your Brain and stay Sound and Sane” (1986), exponen con detalle y profundidad como repercute la vocalización -cantar, hablar y tatarear- en la estructura cerebral, y cuáles son sus respuestas y repercusiones físicas en todo el organismo.
Aunque es evidente que el sonido y la música, terapéuticamente hablando, no son remedios milagrosos, en determinados casos son opciones interesantes con ciertas ventajas ante otras terapias más conservadoras o convencionales. Por ello, posiblemente, sus más arduos defensores son aquellos directores de centros clínicos cuya formación académica es bivalente en los campos de la medicina y de la música. En nuestro país, desgraciadamente, aún no es frecuente esta situación. Hay que reconocer, sin embargo, que se aprecia una apertura de mentalidad de determinados profesionales médicos en pro del estudio y de la aplicación de estas “novedosas” técnicas.
 
Jordi A. Jauset
Ingeniero de Telecomunicación (colegiado nº 1.845)
Doctor en comunicación, investigador y músico
Escritor y divulgador de los aspectos terapéuticos del sonido y de la música.
 
 


[1] Editorial Luciérnaga, marzo 2011.
[2]Boyd-Brewer, C. y McCaffrey, R. “Vibroacoustic Sound Therapy improves pain management and more”. Holistic Nursing Practice. May/June 2004, pp. 111-118.
 

 




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