Se acabó la fiebre del oro moderna.

Hace algunos años, cuando la tecnología Wifi empezó a extenderse por todos los ámbitos de nuestra sociedad, imbuidos por una extraña euforia colectiva, decidimos que el cable había muerto. ¿Qué era eso de conectar aparatos mediante un hilo físico cuando podíamos hacer lo mismo gracias a eso del Wifi?
 

Al fin parece que las redes inalámbricas tampoco eran la salvación a todos nuestros problemas. A falta de investigaciones que corroboren el efecto que estas tienen o no sobre nuestro cuerpo, son cada vez más los que consideran que deberíamos moderar nuestra exposición a los campos de ondas electromagnéticas.
 

Es algo difícil ya que a día de hoy resulta complejo no “cruzar” ninguna de esas conexiones invisibles en nuestro devenir diario.
 

En este sentido, tal vez, los menos protegidos son los menores y escolares, que con la entrada de los ordenadores en sus escuelas, tienen que vivir en constante riesgo o no riesgo. Por este motivo, ya han sido muchos los padres y madres que han considerado que mientras no exista un informe e investigación que determine de forma clara el efecto del Wifi sobre el cuerpo humano, debería alejarse a los niños de dichas redes. Una tontería pues el contacto con las ondas electromagnéticas es inevitable.
 

Sin duda el debate está abierto, aunque sean unos padres obsesivos del control quienes lo hayan abierto.